Pueblito colonial con acento muy diferente al colombiano ¨normal¨, que en realidad se dice del acento medellinense.

Llegué triste, y feliz... Una emoción enorme de saltar al vacío. Sola con una mochila nueva, cuidadosamente escogida. Llegué y me recibió el David, con su ropa de hippie, unos niveles más estridentemente que cuando estuvo en mi casa meses atrás, y que me hicieron buscar confort en el pensamiento de que podría volver a Costa Rica en el momento en que quisiera. Resultó ser ropa de Cris, nuestro anfitrión.

Llegué, lo abracé aún con la mochila pequeña atada al frente, él me libró del peso principal y salimos por la carretera a buscar el bus que nos llevaría a mi primera nueva casa.

El bus era más una ¨chivilla¨ de escuela, nos sentamos en la parte de atrás, como los malos alumnos, y hablamos. Hablamos como habla quién tiene 10 años de historias que contarse y escucharse.

Entramos a la casa, residencial bonito, con parqueo central, de paredes blancas y estampa de inmobiliaria. Subimos. La familia de Cris (también de estampa) tan amables, nos dieron la bienvenida. Me abrazaron y me añadieron a su familia. Sólo gratitud se siente.

Cris nos sacó de paseo en su auto, que tenía problemas de borners (que yo sabía resolver bien con saliva en las arandelas porque manejé un nissan del 93) por un tradicional helado de paila (previamente prometido por David días antes de mi llegada) y empanadas de pipián con salsa típica colombiana (o tal vez pasteña).

Pedí el helado combinado mora-vainilla, el mismo que Cris, no se puede fallar siguiendo la sabiduría del lugar, el ¨genius loci¨ El lugar se llamaba ¨La Ñapanguita¨, nombre de la mujer mestiza de Pasto.

Después Cris nos compartió su plan para la noche, asistir al acto cívico de las bodas de plata y oro de las monjitas franciscanas del proyecto de Jesús.

Aceptamos contentos.

Era en un teatro adorable, del Liceo de la Merced Maridíaz precidido por las mismas monjitas, el teatro, de madera de pisos bajitos, de esos que se usaban cuando la gente ponía cuidado a las cosas.

El show era curioso, danza, teatro y en el medio la historia de la orden y de San Francisco. Las danzas las disfruté mucho. Menos mal, ya que la participación que llevó a Cris a su plan de domingo por la tarde fue su amiga bailarina, eran danzas tradicionales, cultura local, lo que yo venía ansiosa por absorber y vivir…

Pero el teatro… Era una presentación con actores novatos como la de cualquier otro acto cívico de cualquier colegio del mundo. Hasta que entró el lobo. El ¨lobo de Gubbio¨ que atacaba el pueblo de Gubbio y sólo San Francisco lo trató como hermano y lo conmovió al punto de domarlo.

El actor hacía lo suyo, gritaba e imploraba siguiendo lamentablemente a San Francisco. Yo sólo volvía la mirada de David a Cris, de Cris a David… Hasta que Cris estalló. Se reía a carcajadas muy a pesar de la monjita que repartía té y galletitas que lo veía con reproche… y estallamos todos, David, Cris y yo, todos muertos de risa, burlándonos de la actuación sobreactuada y cursi y tal vez también de la vida, que nos ponía a todos nosotros desconocidos, de diferentes latitudes y herencias, juntos en esta noche en que el viaje empieza.